
Apadrinar un niño cambia para siempre su vida… y también la tuya.
Niños: el rostro olvidado de la pandemia. Un video reportaje de los barrios marginales de Kenia
Cuando pensamos en la COVID-19, nos vienen a la mente imágenes de médicos y enfermeras en primera línea. Ojos agotados, moratones y rostros irritados por las mascarillas. Pensamos en los titulares de las noticias, las estadísticas y la economía.
No pensamos inmediatamente en los niños.
Sin embargo, son ellos, los niños que viven en la pobreza, el rostro oculto de esta pandemia.
Un video reportaje que cuenta la vida de Shaniz, una niña que vive en Mathare, durante la pandemia.
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Shaniz, de ocho años, vive en Mathare, uno de los barrios marginales más pobres del mundo.
Mientras ve pasar el mundo fuera de la chabola en la que vive, Shaniz tranquiliza a su osito de peluche. “Sé que te encanta el desayuno, pero mamá dice que la cena es más importante ahora”.
“El coronavirus es como un animal feroz”, repite Shaniz. “Es muy peligroso. Sabe golpear, puede causar lesiones graves o incluso la muerte”.
Las medidas de distanciamiento físico para limitar la propagación del virus han diezmado los pocos recursos de millones de familias.
Anne, la mamá de Shaniz, trabaja en el mercado. Desde que murió su esposo hace seis años, sus tres hijos han dependido de ella.
“Mi mayor temor es no poder alimentar a mis hijos en este momento crítico. ¿Qué pasa si contraigo la enfermedad y luego contagio a mis hijos?”
Los expertos predicen que los efectos de esta crisis empujarán al menos a 50 millones de niños a la pobreza extrema para fin de año. Números terribles, difíciles de imaginar.
Los niños como Shaniz generalmente no sufren los peores efectos del virus, pero esta pandemia amenaza con acabar con décadas de progreso en la lucha contra la pobreza infantil.
Tres comidas al día se convierten en dos, o incluso en una.
Con la creciente desnutrición de los niños, se corre el riesgo de tener graves consecuencias que durarán toda la vida. Además de afectar al organismo, la desnutrición puede comprometer el sano desarrollo psicológico y mental de los niños.
Shaniz no ha ido a la escuela desde abril.
Casi todos los países del mundo han impuesto el cierre de escuelas desde el inicio de la pandemia, que ha afectado a 1.500 millones de niños y jóvenes.
En los países más ricos, los escolares pudieron seguir estudiando mediante la educación a distancia, a través de Internet, la radio o la televisión. Pero en los países más pobres, miles de millones de niños se han quedado atrás.
Es cierto que en los últimos meses Shaniz ha recibido ayuda de su hermana mayor, Veronica, quien ha estado enseñándole.
Pero ahora, ella también ha dejado de asistir a la escuela: tiene que ir a trabajar para ayudar a la familia. Por lo tanto, Shaniz se ve obligada a pasar mucho tiempo sola.
“Dejarla en casa, sin nadie que la cuide, es uno de mis mayores temores. Cuando podía ir al Centro Compassion o a la escuela, sabía que estaba a salvo y que la cuidaban”, explica mamá.
Los expertos están preocupados. Con tantos niños obligados a quedarse en casa, aumentan los riesgos de violencia doméstica, el abuso y el maltrato.
En un momento de creciente necesidad, los niños no tienen la oportunidad de acudir a sus maestros, en quienes pueden confiar y pedir ayuda.
Este es un tema en el que nuestros trabajadores e iglesias colaboradoras están particularmente comprometidos. Los niños pobres son los más vulnerables y es necesario brindarles ayuda y apoyo, durante la que podría ser la batalla más grande de sus vidas.
“Los profesores del centro vinieron a traernos mascarillas, comida y nos enseñaron cómo cuidar la higiene y mantenernos seguros durante este período” dice Shaniz.
Mientras tanto, en las calles de esta comunidad marginal, la vida parece transcurrir con normalidad.
“Los habitantes de Mathare viven como si la COVID-19 no existiera. Dios me está enseñando a confiar en él. Les digo a mis hijos que hagan lo mejor que puedan, pero que nunca olviden confiar en Dios”, explica la madre.
Shaniz mira fijamente a su madre, mientras agarra su osito de peluche.
“Echo de menos las cosas del pasado. A veces mamá está preocupada. Creo que tiene miedo de muchas cosas: de enfermarse, de perder su trabajo y también por mi seguridad cuando está fuera de casa. Pero sé que Dios es más grande que el coronavirus. Seremos valientes”.
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