Miles de niñas se ven obligadas a abandonar sus hogares por la amenaza de sufrir mutilación genital femenina. Sarah fue una de ellas. Pero acudió a su centro Compassion, que se convertiría en un refugio seguro para ella.
Desde muy pequeñas, Sarah y su prima María dijeron a sus madres que no querían someterse a la ablación. Lo que aprendieron en el centro Compassion sobre la mutilación genital femenina les asustó, pues supieron sobre los riesgos asociados a esta práctica cultural ilegal.
Zuri, la madre de Sarah, también quería un futuro diferente para su hija de 16 años.
«Cuando mi madre nos lo hizo a mí y a mis hermanas, no pudimos luchar contra ello. Pero ahora, después de haber sufrido tantas complicaciones, no quería lo mismo para mi hija. Es algo muy cruel», afirma.
Cuando Zuri se dio cuenta de que en el recinto familiar estaba su madre y una anciana que era una conocida cortadora - mujer que practica el ritual de la MGF -, envió a su hija lejos.
«Cuando me enteré del plan de mi madre, le dije a Sarah que se marchara inmediatamente a casa de mi hermana», explica Zuri.
La pequeña Sarah se marchó. Zuri suspiró aliviada. Su hija estaba a salvo. Pero cuando no pudo encontrar a su sobrina, María, se le rompió el corazón. Llegaba tarde para salvarla a ella.
Sarah, después de un tiempo, suponiendo que el peligro había pasado, regresó a casa. Justo cuando estaba a punto de entrar a su casa, su madre le volvió a decir que huyese y Sarah tuvo que huir al lugar más seguro que conocía: su centro Compassion.
La adolescente es una de los más de 150 niños que forman parte del programa de apadrinamiento dirigido por la iglesia local de su pequeña ciudad.
«Intentamos que los niños confíen en nosotros y que acudan a nosotros si necesitan ayuda», explica la coordinadora del centro.
Según ONU Mujeres, miles de niñas se ven obligadas a abandonar sus hogares por la amenaza de la MGF. A menudo huyen sin saber a dónde ir. Si no tienen un lugar seguro al que acudir con personas que las protejan, estas niñas vulnerables se enfrentan a la perspectiva de tener que regresar a hogares donde su seguridad corre peligro.
Afortunadamente, Sarah tenía un centro Compassion que la protegía.
«Cuando Sarah vino al centro a contarnos lo que le había pasado, lo primero que hicimos fue encontrar un lugar donde estuviera segura. María también estaba entre los niños inscritos en nuestro proyecto. Intentamos actuar con rapidez para poder rescatarla, pero por desgracia llegamos demasiado tarde», explica el coordinador del centro.
El hecho de que no pudieran evitar que María sufriera la MGF no impidió que el centro hiciera justicia. La coordinadora de proyectos y otros miembros del personal denunciaron el caso a la policía. Tanto la madre de María como la cortadora fueron detenidas.
La iglesia local colaboradora de Compassion no sólo es un refugio seguro para niñas como Sarah y María, sino que también adopta una postura proactiva contra la MGF. A través de seminarios el centro reúne a padres y niñas y les informa sobre las consecuencias físicas y psicológicas de la MGF.
Con la ayuda de la iglesia local, los corazones de las personas de esta comunidad están cambiando.
«Sólo hemos tenido un caso -el de María- en el que el padre ha seguido adelante con el plan», afirma la coordinadora del centro. «El hecho de que involucráramos a la policía en este asunto asustó a cualquier otro padre que pudiera haber tenido planes».
«Ofrecemos seminarios sobre la MGF. Invitamos a la policía a hablar con los padres y creo que estamos dando grandes pasos para que esta práctica desaparezca», afirma la coordinadora del centro.
«María y yo siempre decíamos a nuestros padres que no queríamos que nos cortaran», dice Sarah. «Cuando mi madre me envió lejos, ese fue el día en que supe cuánto me quería. Espero que más padres puedan ser como ella».
Con la ayuda de la iglesia local, los corazones están cambiando. Hoy, Sarah y María están a salvo y han vuelto a la escuela y a su centro Compassion, donde encuentran amor, protección y apoyo.
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