Alis, de nueve años, vive en los Andes peruanos, a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar. Pero ni siquiera el viento gélido de los domingos por la mañana le impide levantarse temprano y prepararse con entusiasmo para uno de sus días favoritos de la semana: ir al centro de Compassion.
Su madre, Marisol, la besa en la frente cuando la despide. La iglesia está a sólo unas manzanas de su casa, colina arriba.
"Le gusta mucho ir, y a mí también me gusta que vaya. Está aprendiendo mucho", dice Marisol sonriendo.
"También le he pedido que siga orando a Dios por nuestro pueblo y para que llueva pronto", añade preocupada.
Este año ha sido inusualmente difícil para los habitantes de la comunidad de Alis. La sequía que sufren por primera vez les ha llevado a clamar a Dios. La preocupación y el miedo han llenado sus corazones.
"Este tipo de sequía no se había producido nunca. Normalmente, en esta época del año, las colinas están verdes por todas partes. Esto está afectando a la comida de nuestras ovejas y ganado y algunos de los manantiales de los alrededores se están secando", dice Marisol.
El centro de Compasión en esta parte del país empezó a atender a los niños de esta pequeña comunidad hace tres años, logrando un impacto positivo y significativo en las vidas de sus familias.
El director del centro, Teodoro, puede dar fe de ello. "Tenemos unos 149 niños inscritos. Las familias han sentido el apoyo de la iglesia desde el primer día, a través de cestas de alimentos, revisiones médicas, mantas para el frío, material escolar, ayuda con sus estudios, clases de Biblia, e incluso asistencia psicológica".
Dios ha bendecido a este pueblo a través de este programa, y estamos profundamente agradecidos.
Sin embargo, la gratitud y la alegría del pueblo se vieron truncadas por un par de obstáculos. Además de la inesperada sequía, las familias de la comunidad de Alis también han tenido que lidiar con el gélido clima invernal, lo que ha convertido el cultivo de hortalizas en un verdadero problema.
Tras un par de reuniones entre el personal del centro, se les ocurrió la genial idea de enseñar a las familias a construir invernaderos en sus propias casas.
El personal del centro mostró a los padres un vídeo sobre cómo montar sus invernaderos, contrató a un técnico para que los controlara y supervisara el proceso, compró los materiales para construir los invernaderos y dio a cada familia semillas para plantar su primera cosecha.
"Cuando vi florecer las semillas, ¡me emocioné muchísimo! Nuestras plantas estaban vivas a pesar del tiempo. Funcionó, y vimos cómo el invernadero las protegía del frío y del granizo", dice Marisol.
"Estoy muy contenta de ver esto porque es difícil conseguir verduras por aquí, y son buenas para mí. Mi favorita es la remolacha. No es difícil cultivarlas. Mi madre aprendió primero y luego me enseñó a mí. Sé cómo poner abono alrededor de las semillas, regarlas y ajustar el plástico azul para nuestras fresas", dice Alis.
La iniciativa del centro ha supuesto sin duda un alivio y una esperanza para estas familias. Y a medida que crecen las plantas de la familia, crece también su fe en que Dios es su proveedor y su fuerza.
Para Teodoro y el personal del centro, es una respuesta a la oración ver a las familias cultivar sus propios alimentos. No pueden hacer que llueva -sólo Dios puede hacerlo-, pero mientras esperan, pueden plantar, cosechar y comer.
Con tu ayuda, podemos darle a un niño la oportunidad de recibir ayuda y apoyo.
Apadrina ahora: juntos, podemos marcar la diferencia.