En Machinga (Malawi), Mashoni, de tres años, ansiaba poder jugar como los demás. Nacido con parálisis cerebral, no podía ponerse de pie ni andar. Sin medios para pagar un especialista, sus padres perdieron la esperanza. Pero Dios tenía los medios. Su mamá, Asiyatu, nos cuenta su historia.
Me quedé paralizada, sin poder creerlo, cuando mi pequeño Mashoni se puso de pie en el porche y caminó hacia mí sin apoyo. Se me llenaron los ojos de lágrimas de alegría.
Mientras me sonreía, recordé los días en que le vi luchar por mantenerse en pie. Cada vez que lo intentaba, volvía a caer al suelo; era una batalla constante.
A medida que mi hijo Mashoni crecía, algo confirmaba mis preocupaciones. Le costaba sentarse recto y gatear. A los 20 meses no podía ponerse de pie, y mucho menos andar.
Le diagnosticaron una parálisis cerebral leve que le afectaba a las piernas, y le pusieron en fisioterapia. Poco a poco, empezó a sentarse y a gatear mejor. Pasaron los meses y teníamos esperanzas de que aprendiera a andar, hasta que en el hospital nos dijeron que necesitaba un especialista y nos aconsejaron que le pusiéramos órtesis en el tobillo y el pie.
En ese momento la oscuridad cubrió nuestra esperanza. Nuestra fe se debilitó. Nos preguntábamos por qué. ¿Por qué nos ha pasado esto? ¿Cómo pagaríamos un especialista? Nos rendimos. Aceptamos vivir con la enfermedad de nuestro hijo porque no podíamos hacer nada al respecto.
Ver jugar a sus amigos era doloroso, pues él no podía unirse a ellos. Yo lo llevaba a todas partes. A veces me quedaba en casa porque dejarlo con sus amigos significaba que en cualquier momento podían dejarlo solo.
Un día recibimos una visita en el pueblo. Nos dijeron que eran de la iglesia y que querían inscribir a los niños en un programa para ayudarles en su desarrollo. Mi madre les dijo que tenía un nieto con una discapacidad; ni se levantaba ni caminaba.
Finalmente pudimos inscribirlo en el centro, y recuerdo que Rebecca, una voluntaria, me dijo: «Un día, tu hijo caminará». Pensé que debía de estar bromeando, pero su fe me animó.
En el centro, aprendimos sobre protección infantil, cuidado de los niños, buena alimentación y la Palabra de Dios.
La iglesia nos mostró cuánto nos ama Dios y que sanaría a nuestro hijo.
Mi marido era escéptico y nunca creyó que Mashoni pudiera ponerse de pie, y mucho menos caminar.
Cuatro meses después, la iglesia nos dijo que querían que viajáramos a Blantyre, donde evaluarían a Mashoni para ponerle aparatos ortopédicos en los pies. Me quedé estupefacta. Era como si la oscuridad que había cubierto nuestra esperanza de ver caminar a Mashoni se alejara; de repente, por primera vez, podíamos ver la luz.
Subimos a un autobús. Era la primera vez que viajaba a la ciudad. Miré a mi hijo mientras contenía las lágrimas. En mi mente, podía verlo caminando y corriendo, jugando con sus amigos. La iglesia nos apoyó con dinero para el transporte, las comidas y para pagar las órtesis de tobillo y pie.
Mashoni fue evaluado y cumplía los requisitos para recibir las órtesis. Volvimos a casa contentos, esperanzados y deseando que ocurriera lo mejor. En casa, le ayudamos a aprender a ponerse de pie y caminar con el soporte ortopédico. No le resultó fácil. Se ponía de pie, se caía al suelo y volvía a ponerse de pie. Pero no estaba dispuesto a rendirse.
Han pasado 18 meses desde que Mashoni recibió sus aparatos ortopédicos. Cada paso que da es más fuerte y seguro. Mi hijo ya camina solo. Esto me ha quitado mucho dolor. Antes estaba triste y preocupada, pero ahora ya no.
Ahora puede ir a jugar con sus amigos cuando quiera. Ya no necesita que lo lleve en brazos. Verle jugar con sus amigos me hace entender lo maravilloso que es Dios. Ha bendecido a mi familia a través de la iglesia y el centro.
Y aún mayor es la sensación de que me he liberado de la carga de tristeza, miedo y preocupación de mi corazón.
Con tu ayuda, podemos darle a un niño la oportunidad de recibir ayuda y apoyo.
Apadrina ahora: juntos, podemos marcar la diferencia.